Eladio Dieste, el escultor de la ingeniería
julio 27, 2021
La iglesia Cristo Obrero en Atlántida, diseñada por el ingeniero uruguayo Eladio Dieste, fue declarada como Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco este martes 27 de julio. Compartimos un artículo publicado en Construcción N°7, escrito por Lucía Massa, que desentraña el genio creador de Eladio Dieste.
Cuando se le pregunta cuál fue la herencia más profunda que dejó su padre, el arquitecto Esteban Dieste responde de forma casi automática: «La actitud de plantarse frente al hecho creador y el diseño sin tener miedo a pensar y resolver los problemas que fueran apareciendo desde su lugar, sin esperar que otros, en otro lugar del mundo, dieran las respuestas». La búsqueda permanente de soluciones racionales y éticas, que aprovecharan al máximo los recursos y la resistencia de las formas, fue el lugar desde donde el ingeniero Eladio Dieste (1917-2000) se paró a pensar los proyectos que le otorgarían reconocimiento a nivel mundial.
Doctor Honoris Causa de la Universidad de la República (Udelar), no son pocos los que incluyen sus obras entre la selecta lista de las mejores del siglo XX. «La iglesia de Durazno, con su energía tanto intelectual como espiritual, su refinamiento tanto en el pensamiento como en la ejecución se consagró en uno de los logros arquitectónicos más perfectos de la segunda mitad del siglo XX, a nivel mundial» escribió Stanford Anderson, decano de arquitectura del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en el libro Eladio Dieste: Innovaciones en Arte Estructural, traducido en parte por El País Cultural. Con el objetivo de consolidar su aporte, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), el Museo de Arte Moderno (MOMA) y la Universidad de Princeton de Estados Unidos, designaron el 2005 como «el año de Eladio Dieste”.
El uso del ladrillo de una forma totalmente revolucionaria para construir estructuras de gran porte, se tratara de fábricas, silos o incluso iglesias, es uno de los puntos más destacados de su legado. Pero detrás de una forma estética única, que derivó en paredes onduladas, techos en forma de bóveda y un uso predominante de la luz natural, se esconden innovaciones técnicas y estructurales tan o más revolucionarias.
El encofrado móvil, el uso de la catenaria, los nuevas técnicas de pretensado y postensado son algunos de esos aportes menos visibles pero no menos importantes que Dieste hizo a la industria de la construcción y que se usan hasta el día de hoy. «Tenía una formación tan profunda y dominaba tanto la mecánica, la física, la matemática que, le gustaba carecer de todos los elementos para hacer las cosas. Cuando había dificultades, disfrutaba de inventar algo con lo que tenía a mano. Eso solamente alguien que tiene mucha fe en sí mismo y en sus conocimientos puede hacerlo. Él encontraba soluciones muy sencillas y muy conceptuales para cualquier problema que al resto nos tenía desesperados. Jamás se angustiaba cuando surgía un inconveniente», explica el ingeniero Gonzalo Larrambebere, actualmente director del estudio Dieste y Montañez, quien trabajó junto a Eladio desde 1976.
Larrambebere va más lejos y cataloga a Dieste como un «escultor de la ingeniería». «Fue un artista de la ingeniería. Con su capacidad innovadora creó formas que, además de ser racionalmente muy buenas, son muy bellas. La utilización de la luz en forma indirecta, la doble curvatura de las paredes, las paredes de ondulación variable, los tanques de agua. Son formas puras, simples, que tienen una expresividad extraordinaria. Un aporte maravilloso a la construcción».
«Fue un artista de la ingeniería. Con su capacidad innovadora creó formas que, además de ser racionalmente muy buenas, son muy bellas».
Gonzalo Larrambebere
Entre sus obras más importantes se encuentran la Iglesia de Atlántida y la de San Pedro de Durazno, el depósito de la Administración Nacional de Puertos, la empresa Tem en Montevideo, la empaquetadora de cítricos Caputto en Salto, entre muchas otras. Al hablar de sus obras, el propio Dieste reconocía que antes que lo estético, lo que buscaba era llevar las formas a su máxima resistencia física. «Yo creo que lo que debemos procurar es eso: dentro de lo posible, resistir con forma y no con acumulación de material, porque es lo que supone un respeto por el material y un respeto por el prójimo, en último caso, que es el que ha hecho el material», señaló en una entrevista que le realizara la periodista Rosario Castellanos para radio El Espectador el 15 de setiembre de1993, cuando la Udelar le rindió homenaje.
En esa entrevista dejaba claro una vez más la filosofía de la que partía a la hora de crear. «Yo creo que hay que pensar a partir de las propias necesidades. Hay que enfrentar los problemas, me parece a mí, con una especie de ‘ingenuidad’. Podríamos decir que hay que pensar las cosas como si fueran realmente nuevas… Usando todo el bagaje técnico y científico que tenemos para encarar el problema con total independencia».
La revolución del ladrillo
Lo primero fue la elección del ladrillo. «Desde los primeros experimentos con ladrillos, me pareció que era un material que se prestaba para realizar cosas que serían muy difíciles de hacer con otro material», explicó Dieste en la entrevista con Castellanos. El material fue el primer paso en la creación del ladrillo armado, que a Dieste le gustaba denominar «cerámica armada». Se trata de un material compuesto por ladrillos, rejuntado por mortero de arena y pórtland, que incluye armaduras de acero en las juntas. Cuando se utiliza para hacer cubiertas, a esa capa se le aplica exteriormente un revoque de tres centímetros en el que también se inserta una armadura.
La decisión de trabajar el ladrillo tiene que ver con el objetivo último de encontrar soluciones locales a los problemas. Dieste (hijo) lo explica: «De la misma manera que hay hornos de ladrillo en todo el país, en cualquier pueblo del interior también hay un albañil capaz de colocar ladrillos. Y no le va a resultar ni extraño ni raro poner piezas de cerámica y rejuntarlas». Además, el ladrillo permitía realizar construcciones que de otra forma no se hubiesen podido llevar a cabo. Por ejemplo, la construcción de tanques de agua de 23 metros de altura y de hasta 200 mil litros, sin necesidad de utilizar equipo sofisticado. «Eran obras que podían hacer tres personas. No lo construían en 15 días, de repente llevaba tres meses pero lo construían solos, sin grúa ni guinche eléctrico, en medio de predios rurales o en un fraccionamiento nuevo, como el tanque de Las Vegas en Canelones», acota Esteban Dieste.
Para poder construir las formas que se propuso con ladrillo, fue necesario innovar en todo sentido. En primer lugar, desde la forma elegida. Para las grandes superficies de cerámica armada utilizó la directriz catenaria, que es la forma que adopta una cadena cuando uno la sostiene por los dos extremos (una forma como de arco invertido), explica Larrambebere. Esa forma es capaz de soportar su propio peso. Así fue que Dieste usó la anticatenaria (el arco de la bóveda), para los techos. «Con la anticatenaria, todos los ladrillos podrían estar apoyados uno sobre otro sin ni siquiera mortero ni armadura y serían capaces de soportarse a sí mismos. Se les pone armadura y se los rejunta para que aguanten cambios de temperatura, errores constructivos, maquinarias. Todas esas cosas las carga la bóveda y por eso tiene que tener una armadura», dice Larrambebere.
Cuando llevó la construcción de grandes techos abovedados a la práctica, inventó otra solución que le permitió abaratar los costos y reducir los tiempos: el encofrado móvil. Así, levantaba los techos por etapas. En el encofrado tradicional se coloca un molde único a lo largo de todo el techo que se va a construir, sobre el que se pone el hormigón o, en el caso de la cerámica armada, los ladrillos; para que el material seque y adquiera su resistencia final.
En cambio, Eladio Dieste decidió encofrar por tramos o fajas. «Entonces el molde tiene el tamaño de una faja, lo cual lo hace más económico porque al otro día se desmolda, se coloca en la nueva posición y se vuelve a usar y se puede avanzar mucho más rápido», explica Dieste (h). Agrega que lo pudo hacer porque, a diferencia del hormigón, el ladrillo es un material que ya está terminado y solo se necesita esperar hasta que «fragüe (endurezca) el material de las juntas, o sea que el lapso de tiempo que debe pasar para desencofrar es mucho menor que con el hormigón».
El uso de las fajas móviles es particularmente claro en el galpón de la Administración Nacional de Puertos. «Las fajas se ven claramente. Son como cintas entre ventana y ventana. Justamente entre esas fajas es donde deja espacio para la entrada de luz natural», sostiene Dieste (h).
A su vez, para que las bóvedas de cerámica armada soportaran luces tan grandes, tuvo que idear nuevas formas de precomprimir (recurso de la ingeniería para darle más fuerza a las estructuras y evitar que haya tracciones grandes). La precompresión, explica Larrambebere, «es lo que uno hace cuando va al estante de la biblioteca y quiere agarrar seis libros juntos y trasladarlos. Pone una mano en un extremo, en el otro la otra, aprieta y los libros resisten, no se caen».
Pero precomprimir estructuras muy delgadas como las de Dieste, que van de los ocho a los 25 centímetros de espesor, no es nada fácil. Por eso Dieste diseñó la técnica e incluso los equipos para precomprimir las distintas situaciones de las bóvedas autoportantes.
«Hay que enfrentar los problemas con una especie de ‘ingenuidad’. Podríamos decir que hay que pensar las cosas como si fueran realmente nuevas».
Eladio Dieste
Los aceros que se usan para precomprimir se atan de un lado con una cabeza de acero especial y después se tironean con un gato para dar tensión. Una vez que se logra la tensión deseada, se fija una tuerca contra la viga de hormigón y se libera la fuerza que ejerce el gato. En una viga tradicional es fácil decidir dónde colocar esos anclajes. Pero no era el caso de Dieste. «No es fácil trasladar eso a una cáscara, a una bóveda», acota Dieste (h). Por eso su padre tuvo que inventar un nuevo mecanismo para el que ensayó fórmulas de distinto tipo hasta que decidió tironear los cables desde los valles (las partes más bajas) de las bóvedas. Desde ahí ejercía la fuerza con los gatos. Además, no era posible colocar los alambres en un solo punto porque, como las bóvedas eran muy delgadas, en ningún lugar de la superficie había material suficiente como para resistir el peso de los alambres. Como explica Dieste (h), su padre los colocó de una manera innovadora. «Los alambres los desparramaba en forma de bucle o de mano que recorría la bóveda».
Pero se encontró con otro problema: no existía en plaza un gato con las características que él necesitaba. Porque para ejercer la tensión suficiente no le alcanzaba con unir los alambres en el punto de anclaje, era necesario cruzar un grupo de cables por encima del otro. En ese momento diseñó el primer gato. Dieste (h) recuerda que para hacer la primera bóveda ideó una máquina con dos brazos que tironeaban de los cables para cruzarlos. La fuerza la hizo con un gato de camión que se interponía entre dos piezas para provocar ese giro.
«Dominaba tanto la mecánica, la física, la matemática que, cuando había dificultades, disfrutaba de inventar algo con lo que tenía a mano».
Gonzalo Larrambebere
Fue el primero, el más primitivo. Con el tiempo, perfeccionó la técnica. Dieste (h) cuenta que su padre llegó a diseñar gatos similares a los hidráulicos tradicionales pero de menor diámetro para que pudieran entrar en lugares más chicos. «Se puso a calcular. Compró los materiales aquí en plaza. Recorrió talleres de tornería y talleres mecánicos, habló con gente que tempranamente había diseñado retenes de poliuretano para uso automotriz en Uruguay. Esa era su actitud. Él decía: ‘por qué esperar que nos venga de Europa o de otros lados la resolución de nuestros problemas’. Estaba atento a lo que pasaba en el resto del mundo pero no renunciaba a pensar soluciones desde su lugar».
Ética y religión detrás de los ladrillos
Dieste pretendía que sus obras fueran coherentes con su forma de pensar. A la hora de crear, se proponía respetar siempre sus convicciones éticas. En ese sentido, fue un gran defensor del cuidado de los recursos naturales cuando todavía nadie hablaba de medio ambiente. Es otro de los aspectos que destaca su hijo. «Uno ve que esas estructuras que nos maravillan no tienen desperdicio. Hay un uso muy racional de los recursos. Yo que soy arquitecto lo puedo decir. A veces, por anteponer lo estético entre comillas, y lo formal a lo racional pecamos de exceso en los costos. De repente, definimos un espacio con determinados materiales porque nos gustó que fuera así. A veces sin ser coherentes con la manera en la que se va a construir. En toda la obra de mi padre hay una coherencia muy grande entre arquitectura y construcción, y entre espacio arquitectónico terminado y los aspectos estructurales que lo hacen posible».
Para Eladio Dieste el cuidado de los recursos iba de la mano con el respeto por el trabajo de la gente. «Yo creo que pueden encontrarse formas que son muy racionales, muy económicas, cosas que, además, la gente sabe hacer y que están vinculadas a la manera natural que tienen de hacer ese tipo de cosas. O sea que la economía también va por ese lado: por hacer cosas que la gente sepa hacer», dijo en la entrevista con Castellanos.
En ese sentido, veía una simbiosis muy grande entre lo económico y lo moral. «No creo que haya diferencia realmente fundamental entre lo moral y lo económico. En el fondo, lo verdaderamente económico, lo verdaderamente racional, es moral en el sentido de que es moral aquello que ayuda al hombre a cumplir sus fines».
Esa coherencia intelectual que perseguía Dieste es uno de los puntos que destaca Anderson en su libro. «Era algo más que ingeniero y arquitecto; era un hombre con profundas preocupaciones éticas y amplios intereses intelectuales. En sus dos iglesias buscó unificar la congregación, el sacerdote y la liturgia para el bienestar de la gente, en especial de los trabajadores o los desposeídos». Anderson pone como ejemplo la iglesia de Atlántida, en la que llevó a la práctica el objetivo de humanizar la relación entre cura y fieles antes de que se conociera el dictado del Segundo Concilio Vaticano.
Es un aspecto que también destaca Dieste (h), quien considera la iglesia de Atlántida como la obra «más destacada» de su padre. Por cómo está conformada, su espacio contiene la evolución histórica: desde las catacumbas romanas hasta innovaciones revolucionarias para la tradición católica de la época en la que se construyó. Por un lado tiene el bautisterio en un subsuelo, retomando la tradición que señala que los cristianos no deben ingresar al templo hasta ser bautizados. Ese bautisterio en el subsuelo tiene un acceso directo desde el exterior y una escalera que permite que, una vez terminada la ceremonia, se pueda llegar a la iglesia.
«Hay que enfrentar los problemas con una especie de ‘ingenuidad’. Podríamos decir que hay que pensar las cosas como si fueran realmente nuevas».
Eladio Dieste
Por otro lado, el altar está delimitado por un muro curvo, «que semeja la forma que toman los brazos abiertos para recibir a alguien con un abrazo. Esa es la similitud formal que describía su intención», sostiene Dieste (h). Esto significó un gran avance para la época: abría los brazos del templo al público cuando todavía el cura daba la misa de espaldas. Una vez que el segundo concilio aprobó los cambios, la iglesia de Atlántida «se pudo adaptar fácilmente a la nueva realidad», cuenta su hijo, quien hasta el día de hoy colabora con la iglesia y fue el encargado de concretar la reforma del retrasado de los escalones del presbiterio.
Dieste (h) recuerda una experiencia personal que pinta una vez más esa ética detrás del trabajo. «Cuando yo terminé el liceo junto con mi hermano mayor, con 15 y 16 años estábamos con el verano por delante. En ese momento, papá nos puso a trabajar en una obra. Me acuerdo lo que nos dijo para que fuéramos a trabajar: ‘ustedes ya son grandes, tienen el verano por delante pero sobre todo quiero que trabajen para que vean el sacrificio que hace la gente para ganarse la vida. Cómo tiene que trabajar un peón o un albañil’. Fue más lejos y nos dijo que en definitiva si algún día nosotros terminábamos siendo otra cosa, yendo a facultad para convertirnos en profesionales, era también gracias al sacrificio de esas personas. El mundo se mueve por los trabajadores y por la gente que produce los bienes. Esa es de las grandes enseñanzas. Es uno de los principios para una vida decente y coherente».