Casilda Echevarría y la vida que quiso
octubre 26, 2024
Convencida de que las mujeres deben ser libres de elegir su propio destino, Casilda Echevarría forjó una gradual y sólida trayectoria tanto en el ámbito privado como público. Abogada de profesión, la presidenta del Banco Hipotecario del Uruguay también supo generar un estrecho vínculo con la construcción, industria que le apasiona.
Por Carla Rizzotto
“Echevarría, sin t y con a después de la v corta”, advierte para evitar cualquier error oral o escrito sobre su apellido. Le da rabia que eso pase, de ahí que repita la misma aclaración incansablemente. Su nombre también es sagrado ya que representa un símbolo de orgullo para las mujeres de la familia. Tanto es así que en el árbol genealógico ya van ocho generaciones consecutivas de Casilda María ‒ella pertenece a la sexta‒ y el anhelo es que la tradición se sostenga.
Dice que no suele hablar públicamente de su infancia porque la considera “recomún”: hija de un matrimonio católico, con tres hermanos, criada en un apartamento del barrio Cordón. Lo cierto es que su papá Jorge, además de ser un reconocido abogado que fundó su propio estudio, tenía una intensa vida pública; primero como subsecretario de Economía y Finanzas, luego como presidente del Banco Central del Uruguay y más tarde como ministro de Industria y Comercio, entre otros cargos. Su mamá, Casilda María, era un ama de casa con el deseo frustrado de ser ingeniera.
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“En esa época las mujeres hacían lo que podían con la autorización de los padres y los maridos. Así que se tuvo que acomodar, pero ella era feliz, a quien le costó aceptarlo fue a mí. Me hubiera gustado que mamá desarrollara todo su potencial porque era sumamente inteligente”, expresa quien, sin embargo, no le guarda rencor a su papá. Y es que cree que “afianzar a la mujer en la sociedad tiene que ser una evolución, como lo ha sido; debe ser gradual y sin resentimientos hacia los hombres”.
Lejos de cualquier etiqueta, incluida la de feminista, por supuesto que quiere “que las mujeres sean libres de elegir si se casan o no, si son amas de casa o no, si tienen hijos o no. Pero prefiero hablar de la libertad de la mujer porque al feminismo se le han dado muchas acepciones que no comparto”, asegura quien sí tuvo la libertad de elegir su propio destino profesional.
PASO A PASO
“Perdí sociología, dejo la carrera”, le comunicó a su padre en un llanto desconsolado. Estaba en primer año de Derecho y, con la altanería propia de una muy buena estudiante durante primaria y secundaria, se jugó a rendir los primeros cuatro exámenes en diciembre. “¡Mirá si yo no voy a poder con esto!”, se arengaba a sí misma. Reprobó sociología y su orgullo quedó destruido, tanto que no quería saber más nada con la carrera. “El viejo, con muy buen criterio, me dijo que no la dejara hasta que no supiera qué iba a estudiar. Fue el mejor consejo que me pudo haber dado”.
Se recibió de doctora en Derecho y Ciencias Sociales en 1981. Hizo su primera experiencia bajo el ala paterna, pero al tiempo ‒“cuando nadie se animaba a dejar el estudio de los padres”, acota‒ decidió bus car otros rumbos. En ese entonces, luego del restablecimiento de la autonomía en la Universidad de la República (UdelaR), contribuyó a formar un grupo llamado Universitarios Independientes, con el que participó en las elecciones por el orden de egresados. Fue miembro del Claustro y del Consejo de la Facultad de Derecho y del Claustro General de la UdelaR.
“Como recién salíamos del gobierno de facto nuestra agrupación tuvo un impacto brutal en todos lados, incluso en la prensa”, re cuerda. Convencida de que la vida es una escalera, gracias a esa primera exposición pública le propusieron integrar el consejo de la Fundación Uruguaya de Ayuda y Asistencia a la Mujer (Fuaam), filial del Women’s World Banking. Esto la llevó a trabajar en el Fondo de Inversión Social de Emergencia (FISE), luego en Unicef y más tar de en la Comisión Interamericana de Mujeres de la Organización de Estados Americanos (OEA).
De hecho, participó como corredactora del primer tratado internacional sobre violencia de género, conocido como Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra la Mujer (o Convención de Belém do Pará). Sin duda su trabajo más frustrante, según confiesa. “Ahí me di cuenta de que la independencia económica es lo único que puede salvar a una mujer. Porque la primera vez que alguien te levanta una mano, te vas con tus hijos y los podés mantener”, afirma.
EL DESPEGUE
“Yo siempre digo que los profesionales tenemos que ofrecer trabajo, no pedir porque si no nadie te lo da”, advierte quien, luego de ocupar el cargo de subdirectora de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP) durante el gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera y de asesora del secretario de Presidencia en el mandato de Julio María Sanguinetti, se compró una computadora, una impresora, un teléfono celular (“que en ese momento era un ladrillo”) y armó su estudio en su casa.
TECHO PROPIO
Nunca alquiló una vivienda. Sus padres la ayudaron a comprar su primer apartamento en Montevideo y hace unos años construyó en Canelones una casa a su gusto. “Es normal que los padres ayuden a sus hijos para empezar, lo vemos acá en el banco. No es tan normal que seas sujeto de crédito cuando sos muy joven porque muchas veces no tenés capacidad”, afirma Casilda Echevarría, quien acota que la edad promedio de los clientes ronda los 35 y 40 años, “cuando ya tienen unos ahorros para complementar el crédito del 80% (del valor del inmueble) que otorga el BHU”.
Actualmente, en sintonía con un aumento de todos los créditos hipotecarios del mercado, el BHU registra un récord de clientes de crédito: “Estamos igual que en 2017, con cien funcionarios menos trabajando. Un mito sobre el banco es que la gente cree que tiene mil funcionarios y en realidad tenemos 250 contando los del interior, algo con lo que estoy de acuerdo porque seguro me habrán escuchado decir veinte veces que hay que achicar el Estado. ¿Eso quiere decir minimizar los servicios? No; quiere decir hacerlos eficientes. El BHU compite con otros seis bancos, tiene un tercio del mercado y es rentable porque de lo contrario no tendría ese porcentaje. Pero a veces muchas personas consideran que son necesarias porque trabajan. Y yo me pregunto: ¿trabajan o generan valor?”, expresa Echevarría.
Ahí no solo empezó a pisar con fuerza en la actividad privada, sino que descubrió un mundo que la cautivó: la construcción. Su primer acercamiento a la industria fue cuando el Banco de Prótesis, asociación civil a la cual asesora desde hace más de cuarenta años, erigió el centro quirúrgico donde funciona actualmente. Pero se enamoró perdidamente de este sector durante la construcción de la actual terminal aeroportuaria de Montevideo.
“El Aeropuerto de Carrasco es mío, solo me faltan los dividendos, se lo dije más de una vez a Martín Eurnekian (CEO de Corporación América Airports)”, suelta entre carcajadas quien hizo todos los contratos durante la ejecución del proyecto. “Un buen contrato de construcción debe tener un buen seguimiento y una buena resolución final porque en una obra, sobre todo de magnitud, puede haber retrasos, fallas o quedar cosas pendientes”, explica para luego destacar que la obra gigantesca terminó en fecha y sin un solo juicio.
Vivió 16 años fascinantes trabajando en el aeropuerto. Dice que no se aburrió ni un día, por eso le costó renunciar a la actividad privada para asumir nuevamente un compromiso en el sector público. Pero no se arrepiente en lo más mínimo. “Yo había integrado el anterior gobierno blanco y ahora que volvían al poder, me tentaba formar parte”, confiesa.
ESPÍRITU REBELDE
“‘Te llamo para proponerte la presidencia del Banco Hipotecario del Uruguay’. Mirá que el presi dente (Luis Lacalle Pou) me dijo que tenés que ser tú”, le comunicó hace cuatro años el senador nacionalista Juan Sartori, a quien acompañó en su precandidatura a presidente como coordinadora de los equipos técnicos. “Lo conocí de la forma más casual del mundo y me pareció un tipo inteligente, empático y con un gran carisma, pero me di cuenta de que le faltaba conocimiento del Estado, que era lo que yo le podía brindar”, relata.
Pese a la sorpresa que le generó el ofrecimiento y luego de la charla obligada con sus hijos Casilda María, Lucía y Luis ‒a quienes les consulta sobre sus decisiones más importantes‒, en abril de 2020 asumió en el BHU. “Ya están grandes, uno es ingeniero, otra es abogada y la otra, contadora (casualmente las mismas profesiones que ella manejó como opción al terminar el liceo), entonces respeto sus opiniones. Puedo estar de acuerdo o no, pero les consulto”, expresa quien cada tanto se liga algún rezongo.
“Yo soy muy libre en las redes sociales [y aclara que también fuera de ellas]. Entonces cada tanto me dicen: ‘vieja, quedate tranquila’. Pero no sería yo si me quedara tranquila”. ¿Cómo reacciona cuando le retrucan sus dichos? Depende. “Si son opiniones, no me importa. Pero en una discusión me acusaron de hacer los balances del banco a lápiz para cambiar los números. Eso sería un delito. Me controla el Banco Central del Uruguay, tengo auditorías externas; es absurda esa acusación. También me dijeron que renuncie; la única persona que puede pedirme eso y que tenga un efecto es el presidente de la República”.
Desde chica ha sido rebelde, siempre hizo lo que quiso ‒reconoce‒. Eso, sumado al esmero, el estudio y la preparación, la hace sentir segura en su trabajo. Pero hay algo que tiene bien claro: “Importante es la silla en la que me siento, no yo. Porque si no tenés claro eso, el día que te vas y no te llama nadie podés llegar a sentirte muy mal”, afirma quien todavía no sabe qué le deparará el destino al dejar la presidencia del BHU en 2025. “Ni idea, nunca me cierro a nada. Dios dirá”.
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