Lucio Cáceres, políticamente ingeniero
agosto 2, 2023
Los casi diez años al frente del Ministerio de Transporte y Obras Públicas le parecieron un disparate, pero no se arrepiente porque le enseñaron un complejo oficio. Sin tapujos, Lucio Cáceres expone mediante una charla directa y reflexiva sus distintas caras: el ingeniero civil, el político y el coleccionista.
Por Carla Rizzotto
“Dame las preguntas clave para liquidar a Jorge Batlle”, le dijo un adolescente Lucio Cáceres a un diputado blanco. Tenía 16 años y había pasado los últimos tiempos pintando carteles de la 400 y pegando afiches del Partido Nacional. Cáceres era un blanco más del clan familiar, como no podía ser de otra manera. Un día escuchó que Jorge Batlle daría una charla para los jóvenes en una casa de Punta Carretas y supuso que era la oportunidad de dejar en offside al dirigente colorado.
Antes de ir, pasó a buscar a su primo hermano y compinche Enrique Antía, hoy intendente de Maldonado por el Partido Nacional. En la casa de “Coqui” ‒como lo llama‒ estaba de visita un diputado blanco, a quien le pidió el infalible interrogatorio. “Batlle habló tan bien, lo escuché atentamente, pero yo había ido con la idea de jorobarlo. Entonces sobre el final saqué un papelito y leí la pregunta que había llevado anotada”, cuenta Lucio, que recuerda mucho el momento, pero poco sobre la pregunta en cuestión.
Lo cierto es que Batlle no le contestó. “Por medio de la mayéutica hizo que me respondiera yo mismo la pregunta que había formulado. Y al hacerlo me di cuenta de que era exactamente al revés de lo que me había dicho el diputado blanco. En esa charla escuché a un político que razonaba y que me hacía razonar a mí. Y me deslumbró”, recuerda quien se volvió un colorado de ley sin imaginar que décadas más tarde se convertiría en uno de los políticos más allegados al expresidente.
Fue Batlle el que lo nominó como candidato a la intendencia de Montevideo en 1989. “Me pareció una locura, yo era un ingeniero que había sido jefe de Vialidad en una zona de Florida y Durazno del 77 al 84, y en el 85 había asumido como director nacional de Vialidad. Pero no era político. Cuando me lo propuso dije que no; a los 15 días me arrepentí y acepté”, confiesa. Para ese entonces las encuestas ya vaticinaban la victoria del Frente Amplio sobre los colorados, con Tabaré Vázquez como futuro intendente, y así se dio.
En 1994 fue por la revancha, aunque tampoco resultó elegido. Un año después volvió al Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP), pero esta vez como ministro designado por Julio María Sanguinetti. “Pasé casi diez años ahí, quedé repetidor”, bromea.
–¿Fue mucho?
–Un disparate [suelta con tono histriónico]; hay que estar loco de remate. Solo un señor que se considera un ciudadano republicano puede hacer eso porque son los años más productivos en una profesión. Y esos años se los dediqué a la patria.
Sin embargo, le pareció interesante la vida ministerial y política. “Cuando era un ingeniero raso protestaba por las autoridades que había, así que el día que tuve la posibilidad de ser autoridad no podía echar para atrás”. Eso sí, “nadie te enseña a ser ministro, y menos a ser un buen ministro. Es complicado, no te creas que es soplar y hacer botellas”.
–¿Qué aprendió?
–Un oficio, que hasta el día de hoy me da de comer porque actualmente asesoro a ministros de otros países, con el final de la película ya visto.
ENCONTRAR EL CAMINO
Todavía la gente en la calle cuchichea: “‘Mirá quién está ahí, ¿te acordás? Era ministro’. El poder de la imagen es brutal”, asegura Cáceres. ¿Cuáles son las obras por las cuales la gente lo recuerda? “Una es la pista de atletismo de Montevideo. La magnitud de la obra comparada con otras que concretamos era insignificante, un juguete; un millón de dólares contra 30 millones, pero se acuerdan de esa”, precisa para inmediatamente nombrar al Puente de las Américas (sobre la avenida Giannattasio) como otro de los proyectos asociados a su nombre.
La megaconcesión vial del Uruguay, que significó ‒entre otras obras‒ la construcción de más de 1.200 kilómetros de carreteras; y la privatización del puerto de Montevideo y del Aeropuerto de Carrasco también llevan su sello. “Todas obras muy polémicas, como todo en este país, que no se puede hacer nada sin polémica; nos pasamos discutiendo”.
Su renuncia poco antes de finalizar la gestión no fue por eso, sino porque “íbamos a perder las elecciones y no me quería transformar en un político profesional que termina haciendo algo que no es de su palo por la necesidad de vivir de algo. Tenía cincuenta y pico de años y buscaba reinsertarme laboralmente”. Seis meses como diputado (cargo para el que había sido electo, pero que no había ejercido al ser designado nuevamente ministro) fueron suficientes para confirmar que no era lo suyo. “Me tocó ser presidente de la comisión de trabajo y seguridad social, ¿qué tenía que ver conmigo?”.
Estaba equivocado al pensar que luego de su papel en el ministerio le lloverían las ofertas de trabajo. No hubo un ring en el teléfono durante meses. Algunas consultorías cortas, pero bien pagas, lo mantuvieron en carrera. “Con el tiempo fui encontrando un camino y hoy soy consultor en infraestructura para las Naciones Unidas; miro los proyectos que hay desde México a Argentina: aeropuertos, puertos, puentes, hospitales, etcétera. La experiencia que ganás al frente del ministerio te sirve para enfrentar cualquier problema técnico, jurídico o económico que exista. Entonces voy a los países a resolver líos, orientar y asesorar”.
–¿Cómo ha sido el desarrollo de la infraestructura en Uruguay a lo largo de las décadas?
–Uruguay era un país pastoril. La demanda de infraestructura era a ritmo de vaca, por lo tanto, en las carreteras no había drama. Se sacaba carne y lana, todas cargas livianas. Un día llegó la madera. Los arbolitos trajeron una novedad interesante pero muy agresiva para las carreteras. En 2005, la carga origen del campo era de cinco toneladas, hoy entre la agricultura y la madera son 25 millones. Tenemos las mismas carreteras, pero cinco veces más carga. Los árboles también cambiaron la centralidad del país: antes venía todo para Montevideo, y ahora va a Conchillas, Nueva Palmira y Fray Bentos, y no estaba previsto un movimiento tan importante para esas carreteras. Como tampoco estaba previsto que la Ruta 5 fuera a tener la carga de esta nueva planta (UPM 2); de ahí el ferrocarril. Ese es un desafío para América Latina: si mirás un mapa solo se desarrolla la cáscara, lo que está en los bordes, cerca de los puertos. Cuando te metés tierra adentro hay que hacer flete y cuesta caro. Si vamos a otras infraestructuras no vamos mal: en comunicaciones estamos bien, ya con el inicio del 5G. No hay muchos países con cobertura nacional de 5G. Esa es la ventaja de ser un país chico, que permite hacer pruebas piloto. Uruguay ha avanzado tecnológicamente y tiene un tamaño abordable.
–Y a la industria de la construcción, ¿cómo la ve?
–Uruguay es un país ejemplar en eso. En primer lugar, está ajeno a toda la situación de corrupción que se ha dado en los países de la vuelta. Acá podrá existir algún bandidaje, pero nada gordo. Pero además desde el punto de vista de la calidad técnica es muy bueno. Hay empresas a las que les quedó chico Uruguay y están en Paraguay, Perú, Colombia, Chile. Y otras, ya multinacionales, con proyectos en México, Estados Unidos, China y Angola. La construcción es una industria fuerte.
“Para ser un buen legislador precisás un pico de oro, para ser ministro necesitás un pico ejecutivo; además de mucha dedicación, ideas claras, y capacidad para armar proyectos y equipos”.
AMOR AL ARTE
La tenue luz que se cuela por el ventanal del living-comedor permite apreciar a medias el arte que se adueña del apartamento del ingeniero. Bastó con encender las luces, cuidadosamente distribuidas, para poder admirar a pleno la colección de cuadros del exministro, en su mayoría del artista uruguayo Joaquín Torres García.
“Soy coleccionista de lo que puedo”, lanza para aclarar que ese cotizado conjunto de piezas artísticas ‒en el que también hay pinturas de José Gurvich y Gonzalo Fonseca‒ perteneció a su tía y madrina Esther de Cáceres. De la reconocida ensayista y poetisa uruguaya, que no tuvo hijos con su esposo Alfredo Cáceres, heredó su sobrino Lucio semejante tesoro. El matrimonio tenía una gran amistad con Torres García y las paredes del living lo dejan en evidencia a través de una serie de poemas escritos por Esther e ilustrados por el afamado artista.
Él colecciona obras de amigos personales como Javier Gil, Juan Pedro Paz y Álvaro Amengual, y entra en los remates en busca de nuevas joyas pictóricas. Su afición lo llevó a sumarse a la Fundación Batuz, que impulsa el talento emergente por medio de talleres, premios y becas; y también a crear una sala de arte en la planta baja del edificio del MTOP. “Un día Sanguinetti me dijo: ‘En su edificio hay un área vacía y vendría bien para cobrar el impuesto a Primaria’. Yo pensé: vamos a pasar a ser el ministerio antipático, donde la gente va a venir a pagar; tengo que inventar algo rápido. Y le contesté: ‘Qué lástima, presidente, estoy montando ahí una galería para promover a los artistas jóvenes’. Me metí en camisa de once varas, pero la hice”.
Se considera calificado para distinguir el buen arte del que no lo es, “el ojo no es una improvisación”; pero no se cree un artista a pesar de dibujar y pintar desde hace cinco décadas. “Un artista es una persona que incorpora algo nuevo a la pintura, lo que yo hago lo hicieron millones antes. Es como quien teje un buzo; no piensa en hacer una obra de arte, está disfrutando. Yo me divierto pintando”.
Otro disfrute ha sido la docencia. Si bien en 2016 se jubiló como profesor Grado 5 en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República, aún sigue dando clases en la Universidad de Piura – Perú. Aunque reniega de los estudiantes que en lugar de aprovechar el conocimiento de los profesores se la pasan en Instagram o TikTok en clase, no pierde la esperanza en su cruzada por atraer más jóvenes a la ingeniería.
Si bien se jubiló como profesor Grado 5 en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República, Cáceres sigue dando clases en la Universidad de Piura – Perú.
El mismo motivo por el cual él decidió estudiar esta carrera (la más difícil de su época, asegura) es el mismo que aleja hoy a los futuros candidatos: las matemáticas. “Son un cuco en todo el mundo; por eso estamos viendo cómo se puede hacer más fácil la enseñanza de las matemáticas. Las disciplinas que se conocen bajo el término STEM [que en inglés refiere a Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas] son fundamentales en la actualidad. En la generación de ‘mi hijo el doctor’, los factores de superación eran la aristocracia o el capital; hoy es el acceso al pensamiento STEM. No tener un acceso fluido a las matemáticas o la física hace que los chicos estén desperdiciando algo importante”, sostiene el vicepresidente de la Academia Nacional de Ingeniería.