Rolando Trucco: ante la duda, todo
octubre 17, 2020
Por Tania de Tomas
Un jugador que juega en todas las canchas, en el área pública y en la privada. Un todoterreno, que defiende o ataca. De esos que siempre dicen que sí, que apuesta a la imaginación para resolver el juego y que transpira la camiseta. Él es Rolando Trucco y en esta nota relata parte de su historia.
Aún hace frío en Montevideo para estar en el mes de setiembre. Tocamos timbre y esperamos a que Rolando Trucco –el ingeniero civil que a lo largo de su vida profesional combinó el servicio público en vialidad con el quehacer privado en asesoramiento y construcción– nos abra la puerta de su casa. Sonríe, extiende la mano y nos hace pasar. Mientras Pablo, el fotógrafo, saca el equipo, él se sienta en el sillón que da a la ventana y me mira. Escucha antes de empezar a hablar y parece entusiasmarle lo que le propongo: reconstruir parte de su vida y ponerla en palabras. Rolando recuerda fechas exactas y nombres completos. “Mis hijos insisten en que tengo mucha memoria y tal vez sea por eso que siempre tengo muchas anécdotas, aunque tienen, en definitiva, cierta dosis de subjetividad”.
Lejos de ese estereotipo de uruguayo gris, que cada vez me animo a cuestionar más, Rolando transmite alegría en cada historia que se propone contar. Suele hacer pausas y ríe al terminar de narrar. “Mi sentido del humor lo heredé de mis padres. Me siento un gran afortunado, tuve la suerte de tener unos padres fantásticos… ¿Sabías que escribí su historia de amor?”, confiesa y enseguida aclara: “Aunque con la escritura de un ingeniero”.
La charla simplemente sucede. Rolando va encadenando palabras, observando cuán interesada estoy en eso que cuenta.
ESTÁ EN LA IMAGINACIÓN
Una obra en Punta del Este de su hermano arquitecto fue el puntapié inicial para su trabajo en el cálculo de estructura. “Empecé a calcular alguna cosa mientras seguía estudiando en la Facultad de Ingeniería. Después, en una pieza en la casa de Daniel Ferreira [quien años más tarde sería su socio] calculamos una torre en Punta del Este, la torre Tiburón 1, ubicada sobre Playa Brava”.
Corría el año 1978, estaba el boom de la construcción en el balneario y decidieron alquilar una oficina para poder trabajar. En ese momento se sumó Ulrich Von Cappeln, el tercer socio de lo que al poco tiempo se convertiría en FTV Ingeniería S.R.L., “como buenos ingenieros le pusimos ese nombre con las tres iniciales de nuestros apellidos” (risas).
El estudio de cálculo y asesoramiento de ingeniería civil funcionaba bien, y su crecimiento llevó a los socios a adicionar una empresa constructora. Ferreira, Trucco y Von Cappeln advirtieron que era necesario determinar qué tareas iba a hacer cada uno. Ferreira se dedicó más a la empresa constructora y Von Cappeln al estudio. “Yo, como en el fútbol, me volcaba para donde más me necesitaran”, dice Rolando.
Le pregunto cómo es ese vínculo ingeniero/arquitecto, que era uno de los pilares del trabajo en FTV, y me habla de la importancia de la imaginación para que la idea sea tangible. “Por lo general, el arquitecto dibuja un plano y necesita algo que sustente esa idea. Ahí se trabaja en un ida y vuelta, aunque tampoco es que pueda decir que le voy a poner un pilar en el medio del living”, ironiza y sigue. “Ahí está la puja entre el ingeniero y el arquitecto. Es un ida y vuelta entretenido. Creo que no es bueno tener un intercambio antes, me gusta jugar con la imaginación. Es fascinante intentar resolverle un problema al arquitecto”. Y entre el juego y la imaginación están las ganas de arriesgar. “Yo siempre digo que sí, esa es mi forma de ser, de actuar. Porque si vos decís que no, ya lo que el otro te propone queda trunco. En cambio, si decís que sí, tu mente intentará resolver el problema”. “¿Y cuando finalmente te das cuenta de que no podés resolverlo?”, le pregunto. Su respuesta es simple. “Te ponés colorado, decís que no, que no podés, que no sabés. Pero prefiero quedar colorado una vez y no amarillo diez, como decía un viejo ingeniero. Todos nos equivocamos, por suerte, y en eso también hay algo muy lindo”.
SERVIDOR PÚBLICO
Mientras estudiaba en la facultad, empezó a ejercer la docencia allí. De su época de docente, Rolando recuerda: “Cuando les enseñaba a los chiquilines no teníamos PC, era una computadora muy grande con tarjetas perforadas”. Es que la mayoría de los programadores de computadoras crearon, editaron y almacenaron en esos años sus programas mediante tarjetas perforadas. Me cuenta sobre la primera vez que usó una computadora y cómo esa irrupción tecnológica le cambió completamente la forma de trabajar. “Íbamos lento y cuando empezaron a aparecer las computadoras personales fue una verdadera revolución”.
“Como ingeniero, es fascinante intentar resolverle un problema al arquitecto”
En el sector público, Trucco trabajó esencialmente en la parte vial. Comenzó en el Ministerio de Transporte y Obras Públicas como ayudante. “El 31 de diciembre de 1973 me echaron de la facultad, donde trabajaba como docente grado 2. Estábamos en dictadura. El 5 de marzo de 1974 me recibí, pero ya no pude trabajar como docente y entré a trabajar en el ministerio”.
El ingeniero confiesa que cuando entró al ministerio lo pusieron en un cargo muy alto y que liderar siendo tan joven no fue del todo sencillo. “Traté de dejar la soberbia a un costado. Tenía muy claro que no era infalible ni el mejor del mundo. Para mí fue fundamental tener cintura”. Y trae de nuevo a su padre. “Mi papá siempre me decía que la chapa en la puerta [que indicaba la profesión del que habitaba la casa] no significa nada. Esto recién empieza y vas a aprender de todos, incluso del último peón”. Rolando trabajaba todos los días, de domingo a domingo, hasta altas horas de la noche. Era demasiado, y decidió dar un paso al costado de la actividad pública. En 1979 renunció al ministerio.
UNA ESPECIE EN EXTINCIÓN
“El oeste de Montevideo tiene unos lugares tan preciosos… Me acuerdo de cuando era joven e iba a bailar al parador del Cerro con quien hoy es mi señora. Tocaba una orquesta, se hacían unas fiestas… Siempre tenías que ir en pareja y se bailaban esas románticas italianas que estaban de moda, la música country de Elvis Presley y un poco de música francesa”. Así comienza a narrar su historia de amor. “Somos una especie en extinción, nos conocimos cuando estábamos en preparatorios. Estuvimos ocho años de novios, mientras ella estudiaba en el IPA y yo en la Facultad de Ingeniería”. Después de 47 años juntos, él habla de María Rosa con amor: “Me enamoró su forma de ser, tan delicada. Es una persona que se dedica a todos; quiere resolver los problemas. A mí me hizo ser mejor. Fuimos hechos el uno para el otro; nos miramos y ya sabemos lo que pensamos”.
“Siempre digo que sí, esa es mi forma de ser, de actuar. Porque si vos decís que no ya lo que el otro te propone queda trunco; en cambio, si decís que sí tu mente intentará resolver el problema”
La pareja tiene cuatro hijos y cuatro nietos. “Dejo todos los dibujos de mis nietos para que los vean y observen su evolución. Mirá ese”, y señalan uno de los tantos que reposan en el aparador principal de la casa. Me cuenta de sus hijos y se detiene en las obras de teatro que escribe Fernando. La Cena estuvo nominada a los premios Florencio 2018 como Mejor Espectáculo de Comedia y Mejor Dirección y ganó el Florencio del Público. Rolando habla de su familia con orgullo y reconoce que disfruta de los encuentros. “Me siento un gran afortunado por la familia que tengo”.
AGENTE DE CAMBIO
Como profesional independiente hizo, por ejemplo, el estudio de la Ruta 7 que va de Toledo a Fray Marcos. De esa experiencia laboral rescata la forma singular en la que durante muchos años recorrió el país. Trabajó un tiempo en el estudio y en 1980 se presentó en la Intendencia de Montevideo, lugar en el que trabajó hasta que se jubiló en 2012. Desde 2004 a 2008 fue presidente de la Asociación Uruguaya de Caminos, asociación que nuclea a entidades estatales, civiles y comerciales, y a profesionales y estudiantes que se dedican al quehacer vial nacional.
Rolando destaca la forma en la que trabajaron con sus socios y el respeto que tenían por la función pública, ya que dos de ellos también la tuvieron. “Teníamos la moralidad de trabajar, siempre, no marcábamos y nos íbamos. En mi caso quería mejorar la situación en la administración pública, cambiar estructuras enlentecidas y anquilosadas”. Rolando asegura que en esa época las diferencias entre lo privado y lo público eran inmensas. “Es cierto que algunos lugares públicos fueron mejorando y las instituciones privadas se fueron burocratizando, ¿sabés por qué?, porque la burocracia es un problema de tamaño”, dice. “Si se cae yerba mate al piso hay que levantarla, no importa si sos o no el limpiador”.
Asegura que tomar la decisión de jubilarse fue difícil. “Aunque ya trabajaba desde mi casa, me entró la duda. Nos conocimos con mi señora siempre activos, ¿y ahora? Sentí muchísimo miedo”, confiesa, pero reconoce el disfrute que supuso no tener horarios y disponer de tiempo para leer. Ya al final de la charla volvemos a sus padres y a cuando los veía bailar en la cocina.
“Los recuerdo bailando tango. En casa nos hacían escuchar música: Luciano Pavarotti, Enrico Caruso. Eran épocas en las que se almorzaba y se discutía. De joven discutía mucho con mi padre, éramos muy fermentales, hablábamos sobre la posesión o no de los medios de producción”, explica. Y agrega: “Perdí mi juventud resolviendo ecuaciones diferenciales, discutiendo sobre la revolución cubana, la reforma agraria y el amor libre. Las ecuaciones diferenciales hoy se resuelven con una computadora; la revolución cubana los jóvenes la tienen en la historia junto con la revolución francesa; la reforma agraria a esta altura no la vota ni el más fanático, y el amor libre se practica. Está todo resuelto”.